Aunque pueda parecer contradictorio por el tamaño tan reducido de los bebés recién nacidos, lo cierto es que nacen con aproximadamente 94 huesos más que los adultos. Al nacer, los bebés cuentan con alrededor de 300 huesos que en el futuro se fundirán hasta reducirse en número hasta los 206 huesos que tenemos en la edad adulta.
Esto se debe a que, si bien los bebés tienen mayor cantidad de huesos, estos no son como los de adultos. Los huesos de los bebés están principalmente constituidos de cartílago, un tejido blando y flexible como el de nuestra nariz u orejas. Gracias a tener los huesos divididos en varios segmentos y formados por este tejido blando y manejable, el bebé puede plegarse, acomodarse en el vientre materno y salir por el canal de parto sin sufrir ningún daño.
Algunos de los huesos que los bebés tienen divididos en varios segmentos son:
- El húmero: formado por tres partes al nacer que se soldarán hasta formar uno solo.
- El cráneo: quizás uno de los ejemplos más conocidos, pues es bien sabido que los bebés nacen con las fontanelas “abiertas” y estas se cierran progresivamente a medida que crecen. Las fontanelas llegan a su completa sutura a los 24 meses de edad, lo que favorece el crecimiento de la cabeza y el cerebro del bebé. De este modo, los recién nacidos tienen ocho huesos formando su cráneo que pasarán a cuatro alrededor de los seis años de edad.
- La cadera: formada por tres o cuatro vértebras sacras que más tarde serán el sacro.
- El maxilar: dividido en dos, el maxilar inferior y el superior.
A medida que el bebé crece, sus huesos se van endureciendo, fusionando entre ellos y alargándose, hasta llegar a ser completamente rígidos. A partir de los 20 o 25 años, una vez acabada la pubertad, las placas de crecimiento – los extremos de los huesos, formados por cartílago que se expande y solidifica – se convierten en hueso, es decir, dejan de crecer. De esta manera, terminamos la etapa de crecimiento y nuestro esqueleto constituye alrededor del 12% de nuestro peso corporal.
Para que este tejido tan blando se convierta en hueso – un material más resistente que el hormigón – se necesita calcio. Este es imprescindible para la solidificación y crecimiento de los huesos y debe tomarlo tanto la madre durante la gestación, como el niño en su infancia. El calcio no solo se encuentra en la leche, sino que hay muchos otros alimentos que contienen incluso más, como por ejemplo:
- Verduras de hoja verde: espinacas, acelgas, col rizada, grelos…
- Frutas: kiwi, fresas, frambuesas, higos, ciruelas…
- Legumbres y semillas: judías, garbanzos, lentejas, soja, semillas de chía…
- Frutos secos: avellanas, nueces, pistachos, anacardos…
- Pescado: anchoas, sardinas, berberechos, salmón, gambas…
- Productos lácteos: yogures, leche, queso… mejor si son enteros.
Para la correcta absorción del calcio, debe tomarse también una cantidad adecuada de alimentos ricos en vitamina D. Esta vitamina está presente en la mayoría de pescados, frutas y verduras y también es sintetizada por nuestro cuerpo cuando estamos en contacto con el sol.
Para un desarrollo óptimo de los huesos de los niños, además de una buena dieta, es importante el ejercicio y la fuerza. Practicar deporte, moverse y jugar, no solo hará que se diviertan, también contribuye al aprendizaje y al correcto desarrollo de su organismo.